Nunca me han gustado los sueños en las novelas. Por lo general me parecen falsos, estereotipados, un último recurso al que aferrarte cuando no sabes dónde encajar esa pieza rebelde de información que te es necesaria en la trama. O lo que es peor, donde sólo buscas una forma de crear desasosiego en el lector. Cuando llego a un sueño en una novela, tiendo a leer más deprisa para llegar otra vez a esa realidad fictícia que estaba leyendo.
En Marzo de 2005 leía un libro en el autobús, donde suelo desarrollar buena parte de mis lecturas. Llegué a un sueño en la trama y comencé a leer más deprisa, pero era un sueño muy largo. Mi parada llegó y tuve que bajarme, posponiendo la lectura hasta la noche. Cuando volví a retomarla, comencé a mitad del sueño, y cuando acabó, bastante tiempo después, me dio la impresión de que lo que estaba leyendo era la trama, y lo que comenzaba en ese momento, el sueño. Los roles se habían intercambiado. Pensé en ese momento qué sueño y trama podían distinguirse por el número de páginas empleados pero, ¿y si no fuera así? ¿Y si hubiera una novela donde los sueños ocuparan el mismo número de páginas que la realidad del personaje protagonista? ¿Y si llegaban a ocupar más páginas? ¿Llegaría a ser el sueño el verdadero protagonista de la trama y esta pasaría a ser sueño? ¿como podría distinguirlos?En aquella época estaba trabajando en otra novela. No había escrito nada aún, ni siquiera trabajado en el esquema. Tan solo era un documento txt en una carpeta de mi ordenador donde iba apuntando cosas, a veces sin demasiada correlación entre ellas. Pero la idea del sueño volvía una y otra vez a mi cabeza. Creo que los escritores no decidimos de forma consciente que novelas escribimos. Estas llegan y se hacen sitio en nuestra cabeza, ocupando todo lo demás, desplazando nuestros esquemas. Ese es el primer síntoma de que una idea es buena.
Empecé a pensar en una trama que pudiera adecuarse a la idea que se me había ocurrido, y poco a poco la idea fue tomando forma. Tenía que haber una trama principal y una secundaria, pero llegado a un punto, darle más protagonismo a la secundaria para después equilibrarlas. No era sencillo, al menos no de forma que el lector pensara que era un tramposo que saltaba de un sitio a otro según mi conveniencia. Necesitaba una excusa.
No recuerdo bien en que momento decidí como serían los dos personajes principales, supongo que surgiría en algún momento que se perdió en mi memoria, entre dos paradas de autobús. Pero sí recuerdo cuándo descubrí cómo pasar de una trama a otra. En las noticias de la tarde habían puesto un especial sobre conductores kamikaze. Personas que circulaban en dirección contraria por autopistas durante kilómetros para, inevitablemente, colisionar con otro vehículo. Me pregunté cómo podía pasar eso, y entonces ví a mi personaje sentado en el asiento, no del conductor, sino del acompañante, testigo de los acontecimientos igual que en su vida diaria. Imaginé ese choque y me pregunté que pasaría después. Y entonces se me ocurrió que sería un buen momento para que su sueño despertara y dijera a su mujer: Joder cariño, no te imaginas que sueño más raro he tenido.
¡Ese era mi punto de inflexión! Ahí podía cambiar de la vida de uno a la de otro, convertir el sueño a realidad y la realidad en sueño. En ese momento, me dije que tenía la parte más dura de la novela resuelta. El resto ya saldría. Y así fue.
El 29 enero de 2006 escribí el ultimo capitulo de “La mitad de uno”. Al cerrar el documento me pregunté cuando escribiría la historia en la que estaba trabajando en el momento en que me puse a pensar en la novela que acababa de terminar. Me dije que quizá sería la próxima. Me dije que quizá no. Apagué el ordenador y me fui a dormir.